sábado, 2 de marzo de 2013

Que no haya bulla en Carnaval - Columna El Heraldo 19 de enero 2013


Que no haya bulla en Carnaval

Con el propósito de celebrar en un almuerzo relámpago los 57 años de Fad El Mohan, fuimos convocados a vegetarianizar la palabra en El Huerto sus allegados, léase cómplices de la poesía, alcahuetas de la prosa interminable, congueros de verdad y de onomatopeya, hacedores de cultura y contracultura, artistas de la vida. Era un buen pretexto para el reencuentro de los bros y las sis. El ‘broder’ nos tenia una sorpresa, a todo el que llegaba le entregaba una tarjeta con un trazo, un dibujo, una mancha, un color, y una frase para cada uno. De refilón pude ver algunas y tuve un flashback que fue una revelación, el artista fadulico se expresaba en el papel después de muchos años, lo que equivale a decir que por un tiempo disfrutaremos de esta especie de sincretismo de pictogramas chinos, indios, indígenas, que cuentan un algo, son signos claros y esquemáticos que sintetizan un mensaje sobrepasando la barrera del lenguaje para convertirlos en significantes terapéuticos para el receptor.
Es que el añocumpliente se ha permitido la licencia poética de hacer de la medicina una sinéresis en la que reduce a una sola palabra el arte de sanar de la alopatía, homeopatía, acupuntura, bioenergética, medicina tradicional china e hindú, chi kun, tai chi, y demás variantes no convencionales de la medicina, para crear una forma de atender al paciente desde un pluriverso diagnóstico y terapéutico original –no inédito porque ya ha publicado algunos trabajos-, que ha demostrado ser efectivo. Como paciente suyo doy fe de la eficacia del método, sobre todo cuando su concepción de la sanación es comprendida en su esencia por el paciente. Su apellido proviene de un asentamiento de árabes en la ciénaga de La Mohana.
Todos hablábamos al mismo tiempo, como era de esperarse, pero, nos entendíamos en la barahúnda de apuntes inteligentes, de memorias de nuestro pasado glorioso, de anécdotas acerca de rumbas recordadas por su alto turmequé intelectivo, ecos de una bacanería que se mantiene en este presente en la que nos vemos bien y todavía nos decimos unos a otros que nos queremos.
A mi lado estaba El Fito, cultor de la percusión folclórica, maestro del alegre, un purista en el sonido del tambor. Y, como era de suponerse, salió el tema de los carnavales, pero con un anhelo de nuestra parte: que en este bicentenario no haya bulla en Carnaval, o sea, que los tambores suenen afincados, que no se rompa la armonía, que el llamador sea el metrónomo que sustenta la retahíla del alegre y la majestuosidad de la tambora, que el guache y las maracas llenen con su arrastre de semillas los silencios de los cueros. No puede haber bulla en un aniversario tan importante para la ciudad. Este debe ser el Carnaval donde mejor debe sonar la alegría.
Deje de escuchar a Fito con el cerebro derecho porque el izquierdo también quería participar, pero ya saben lo que dijo en su estilo neurótico: ojalá no haya bulla de las otras, la de las armas, la de la sangre al caer, la de las lágrimas ante la perdida de un familiar, la del dolor personal o social. Por fortuna, Fad El Mohan tomo la palabra para prometerse a sí mismo e invitarnos al resto a que este año usáramos menos el cerebro levógiro, es decir, el zurdo, para darle más oportunidad al dextrógiro. Por eso, al final, grite contento: ¡Viva el Carnaval y mi compadre, nojoda!
Por Haroldo Martínez

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